8 de mayo de 2009

Un muerto encierras

Ella le escribe a Él: “Acordate que necesito hablar con vos”
Él responde: “Dale, hoy paso por ahí, qué decís?

Ambos lo sabían: era el final.

Como siempre, Él llega tarde. Como siempre, Ella lo está esperando, sentada en el mismo lugar, fumando, no pudiendo concentrarse en ninguna otra cosa que no sea esperarlo.
Él entra y pasa por delante de Ella sin mirarla
-No me vas a saludar?
-Traje algo.
Él camina hasta los parlantes, enchufa su música y dice:
-Vamos a fumar

Silencio. Solo se escucha y se revive esa noche cuando no estaban juntos, de alguna manera necesitaban volver a estar ahí, esta vez sí, los dos en el mismo lugar.
Después de una hora, ninguno de los dos había dicho una palabra, no se habían tocado, cada uno se aferraba a una punta del sillón, solo se veían ocasionalmente.

De repente, vuelve ese momento, en el que Ella, esa noche, lo había sentido tan cerca, sin tener idea de dónde podía estar. Ella da vuelta la cara: Él nunca la había visto llorar, y esta no iba a ser la primera vez, esta vez no. Él, como tantas muchas veces, -aunque esta vez sin palabras- le pide que apague el cigarrillo. Ella por primera vez desde que lo conoce le hace caso, pero no lo mira. Él se acerca despacio y le da un beso.

Otras tres horas pasan casi sin palabras, solo besos, sexo, besos, lágrimas, y por fin el sueño.
Ella se despierta y dice lo que tenía que decir, no le lleva más de 5 minutos. Él sigue sin hablar.

Amanece, ya no quedan más horas, ni más canciones. Él la abraza, con un abrazo nuevo y se va. Ella vuelve a respirar, aliviada: por fin puede llorar tranquila.